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Cómo una avería en mi iMac de 2012 me ha enseñado cómo utilizar mejor mis dispositivos

Hace una semana, mi iMac de finales de 2012 se apagó solo. De repente, sin avisar. Cuando ocurrió recordé que es algo que me ocurrió hará unos dos o tres años, y solucioné restableciendo el SMC. Es decir, desenchufando el ordenador, volviéndolo a enchufar y esperando unos instantes. "Habrá subido un poco la tensión y el Mac se habrá apagado por precaución, como la otra vez", pensé.

Pero al día siguiente, el iMac volvió a apagarse. Y volvió a ocurrir al tercer día. ¿Tres días consecutivos tras años de un rendimiento perfecto? Algo está pasando. Contacto con varios amigos que son técnicos de Apple y las conclusiones coinciden: o bien los condensadores empiezan a fallar, o bien la fuente de alimentación ya no aguanta más. Conclusión: mi iMac, un modelo vintage del que ya no se pueden pedir oficialmente piezas de recambio, está muriendo.

Una "tregua" de macOS que habrá durado dos años

Era cuestión de tiempo que algo así ocurriese. A nivel de rendimiento el iMac funciona muy bien, ha sido quizás la mejor inversión de mi vida. Pero ya con macOS Mojave y después con macOS Catalina, Apple me lanzó un sutil mensaje: tengo literalmente el modelo más antiguo de los iMac que soporta la versión más reciente de macOS. Y un servidor necesita siempre trabajar con la versión más reciente del sistema, ya que si no no habría forma de hacer tutoriales con todas las novedades o bien enseñar las susodichas a los clientes de mis sesiones de formación.

En otras palabras: el sucesor de macOS Catalina que presenten en la WWDC20, con mucha probabilidad, no funcionará en mi iMac y lo convertirá en obsoleto. Se esté rompiendo o no, voy a necesitar cambiarlo. Pero como ya dije en otro artículo, tener un Mac ya ha pasado a ser una pura necesidad profesional y no una afición de ocio. Todo eso ya se ha trasladado a mi iPad Pro, mi iPhone y mi Apple TV.

Sin embargo, renovar un iMac en estos momentos no es nada fácil. No hay existencias por ninguna parte, y todas las guías de compra y rumores advierten que estamos a muy poco de ver actualizaciones, sean importantes o menores. Así que de momento mi plan es resistir, procurando utilizar el iMac estrictamente cuando más lo necesite. Y es con esa práctica cuando me he dado cuenta de cómo, en muchas ocasiones, me he volcado demasiado en ese iMac más allá de por motivos profesionales.

Sentarse frente al Mac sin nada concreto que hacer con él

Cada día, cualquier día, me levanto a las 7:30 (los fines de semana puede que incluso una hora más tarde). A partir de esa hora y hasta que me voy a dormir, mi iMac ha estado encendido. Cada día, durante unas 15 horas de media, durante los últimos siete años y medio. Y ha sido mi centro constante de atención en mi pequeño apartamento de 32 metros cuadrados, así que ahora que de repente tengo que moderar su uso para que no se apague solo me he dado cuenta de cómo había convertido sentarme frente a él en prácticamente una adicción.

Suena a tontería, pero demuestra cómo un hábito que acoges durante años puede terminar deformando tu forma de hacer las cosas. Incluso en los fines de semana, cuando no había trabajo y no tenía nada pendiente que hacer a nivel personal, me sentaba frente al iMac y deambulaba entre mensajería instantánea y redes sociales. Con el confinamiento por la pandemia del virus COVID-19 y teniendo en cuenta que llevo años viviendo solo, eso ha aumentado exponencialmente.

Sin embargo, durante los últimos dos fines de semana, me he propuesto no encender mi iMac para nada. Si lo uso para trabajar, no debería tener que encenderlo cuando no trabaje. De repente, a mi cerebro le faltaba algo. Aún pudiendo perder el tiempo por las redes sociales y en las redes de mensajería utilizando otros terminales, tenía un mono de iMac al mismo tiempo que me daba cuenta que si lo encendía, no iba a concentrarme en nada productivo. Puede que sea la mayor demostración de cómo la figura de un ordenador ha cambiado mi vida y de cómo de repente su ausencia me pone la cabeza patas arriba.

Es desde luego algo que tendré que tener en cuenta a partir de ya mismo, utilizando este iMac con precaución para alargar su vida y utilizando el que compre más adelante para reemplazarlo. Usarlo con conciencia, concentrándome más y desde luego apagándolo cuando vea que no lo voy a necesitar para depender más del iPad Pro. Es un cambio de paradigma enorme después de estar acostumbrado a sentarme frente a un ordenador de sobremesa desde que era un preadolescente.

Un último apunte: la gran mayoría de los 8.222 artículos que he publicado en Applesfera a lo largo de 12 años se han escrito desde este iMac de finales de 2012. En cierto modo, se nos va un pedazo de historia de este medio y siento cierta tristeza. Es una de las cosas que más me sorprende de los productos de Apple: les coges cariño incluso cuando llegan a ser obsoletos.

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