Por qué el iPad sigue siendo mi invento favorito para leer libros y nunca lo cambiaría por un eReader (ni por volver al papel)

Por qué el iPad sigue siendo mi invento favorito para leer libros y nunca lo cambiaría por un eReader (ni por volver al papel)

Llevo diez años leyendo en iPad. Y no pienso cambiar. Bueno sí, por un iPad Air M2.

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Hace aproximadamente diez años decidí poner en marcha un cambio: pasarme a leer solo en digital. Siempre que se pudiera, claro. No podía permitirme comprar más libros. La razón no es monetaria, ya que sigo adquiriendo decenas de obras en digital. Comprar libros implica también comprar espacio, montar baldas, mantenerlas ordenadas y limpias.

Poseer esos libros para la futura consulta está genial, subrayarlos, recordar algunos pasajes... pero más allá del romanticismo pegajoso, no tengo dónde dejarlos y al final acaban suponiendo una traba en mi vida diaria y un problema extra en cada mudanza. La transición no fue ligera y caer en comprar más libros es oficio de reincidente: sacarme de una librería es más difícil que fugarse de la ADX Florence. Pero me ha compensado por dos razones.

Pasando del Kindle al iPad Air de 13 pulgadas

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Compré mi primer Kindle en 2011, a pocas semanas de su aterrizaje en España. Por 99 euros me prometían un dispositivo muy liviano —de apenas 170 gramos—, la iluminación justa y almacenamiento para más de mil obras. La tinta digital me gustó, pero ese espacio de cuadernillo nunca me terminó de convencer. Entiendo que un dispositivo tan contenido es perfecto para su cometido original, la mejor forma de leer en el metro sin sufrir por los vaivenes. Pero yo me crié leyendo tebeos y novelas gráficas en formato A4. Y siempre tuve esa espinita clavada: necesitaba algo más grande, más vivaz.

Así que combiné aquellos días de lectura digital con una tablet Huawei Mediapad M3, adquirida en 2017 —y un PaperWhite regalado—. Un juguete bastante humilde de 8,4 pulgadas que no tardé en llenar de cómics y libros, gestionándolos con la app de Android eReader Prestigio, una especie de iBooks con nostalgia por las librerías tradicionales. También recuerdo usar ReadEra para enciclopedias, CDisplayEX n para los mangas y YACReader para los tebeos europeos y el resto de cómics. Todo ordenado y debidamente taggeado.

Si mal no recuerdo, fue en 2019 cuando retorné a Apple y compré un iPad en plata, de 64GB. Sí recuerdo que no me costó mucho, en torno a los 350 euros. El primero en saltar a las diez pulgadas —10'2, para ser precisos— y una pantalla y altavoces que conquistaban a cualquiera. Me gustaba, pero me seguía faltando un extra de algo que nunca supe definir.

Así que un par de años después lo cambié por un iPad Air en verde, el modelo de cuarta generación. No me escondo, no me convenció por sus limitaciones diciéndole adiós al puerto jack 3,5'' para auriculares, pero era tan ligero y tan amplio —de 10,9 pulgadas, bordeando un nuevo límite— que reconozco haber disfrutado como loco. Sin embargo, todavía echo en falta más almacenamiento —¿existirá otro mundo paralelo donde Apple ofrece ranuras para tarjetas microSD sin coste adicional?— y, especialmente, una pantalla con mejor contraste.

Saltar a las 13 pulgadas, leer en formato A4

Ya te imaginas lo que viene ahora: voy a comprarme el iPad Air 6, con el procesador M2 y dar el salto a las 13 pulgadas. No estoy del todo contento con el panel IPS a 60 Hertzios, hubiese preferido un panel OLED con tasa de refresco variable de 1 a 120 Hz. Pero el salto respecto a la quinta generación es real. Y soy consciente de esos 617 gramos: más de medio kilo sobre la mano, al cabo de un rato, cansa. Lo mismo que pesa mi edición de 'Mody Dick' en rústica, al fin y al cabo.

Pero al menos se da, por fin, el salto de base a los 128GB de almacenamiento, con la posibilidad de expandir a 256 y, por primera vez, hasta el 1 TB, algo restringido históricamente a equipos Pro. Y como dice nuestro buen amigo Pedro, será en azul pastel, mi favorito. Porque este iPad tiene algo que se remueve por dentro, es el perfecto equilibrio entre una tablet de aptitud humilde y un equipo profesional con todas las letras.

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Sinceramente, este movimiento me parece una de las estratagemas más inteligentes ejecutadas por Apple en los últimos años: si busco portabilidad máxima y potencia justa para tareas diarias, las 13 pulgadas del iPad Air son mucho más funcionales que las ídem de un MacBook Air M2. El primero me cuesta 949 euros y puedo adaptarle los teclados, ratones y Apple Pencil que tengo por casa. El segundo parte de 1.199 euros y no me ofrece mucho más allá.

Estas 13 pulgadas equivalen un tamaño mucho más ajustado a lo que llevo años buscando. Un folio A4 son 29,7 cm, son 13,4 pulgadas de diagonal. Leer todas esas novelas gráficas canónicas como Watchmen, El Incal, Contrato con Dios o Maus en este formato supone un salto importante. Y quiero darlo. Así bien, leo en iPad porque ya no echo en falta nada. Un eReader gestiona mucho peor las tintas y no cuenta con la potencia necesaria para según qué funciones. Un iPad es más versátil en todo momento.

Y qué decir de la experiencia táctil: el tonteo con un lápiz lo he sustituido por el tonteo con un Apple Pencil. Subrayado de párrafos, consultas de diccionario, y demás son más intuitivas que nunca. Incluso me divierte elaborar en Apple Music pequeñas playlists que actúen como bandas sonoras para según qué libros.

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La gestión de archivos, convertir formatos y demás, la ejecuto a través de Calibre, la virtuosa herramienta de Kovid Goyal. La lectura de cómics, a través de la maravilla patria denominada YacReader, creada por Luis Ángel San Martín, ingeniero de software natural de Oviedo. Por último, los libros los leo, como no puede ser de otra forma, en Libros, pero tampoco dejo de lado Amazon Kindle, para sincronizar mi cuenta y mis cientos de compras y regalos recibidos a lo largo de los años. Y mis estanterías ahora están más limpias y ordenadas. Vivir ligero, con menos "ruido", como decía Steve Jobs.

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