¿Soñar con el futuro o hacerlo realidad? Una sencilla lección que aprender de Apple

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Hoy me he despertado y mi iPad no proyectaba imágenes holográficas; el armario donde guardo la ropa era tan solo eso, un armario; y el cuadro de mi coche distaba mucho de ser una extensión de la interfaz de mis gadgets preferidos. ¡¿Qué diablos?! ¿Dónde está el futuro de este vídeo de Corning? ¿De qué sirve imaginarlo si no pueden hacerlo realidad?

Sí, lo pillo. Los creadores del cristal “ultra-resistente” del iPhone esperan que otras compañías lleguen algún día a hacer posible esta utopía sin mancha con la ayuda de sus materiales. Pero, ¿y Microsoft? ¿Cuál es su excusa? ¿A dónde quieren llegar con la visión futurista que plasman en el vídeo que encontraréis a continuación?

Ellos no fabrican cristales, se supone que ellos deberían de ser quienes trabajasen para hacerlo realidad. ¿Quieren inspirar a sus empleados? ¿o simplemente pretenden proyectar una imagen ultra moderna de si mismos haciéndose pasar por iluminados visionarios? Ah, no, es un anuncio de la suite ofimática Office creado por una agencia de comunicación.

Pero mi intención no es ni remotamente la de personalizar el tema de fondo en Microsoft. Puede que incluso cuando atinan con una tecnología verdaderamente prometedora como Surface, terminen siendo incapaces de trasladarlo al gran público (casi cinco años después de su presentación, tan solo han logrado bajar su precio de los 12.000 dólares originales a unos todavía prohibitivos 7.600 dólares), pero ni sería justo con una compañía que también hace sus aportaciones al avance de la tecnología, ni representaría la totalidad del problema.

La literatura, el cine y los videojuegos ya alimentan nuestra imaginación con visiones como Minority Report o el resto del universo de Isaac Asimov; no necesitamos a Corning, Microsoft o la Apple de John Scully para eso. Las necesitamos para que dediquen sus recursos a hacer el futuro realidad. Apple aprendió la lección con sangre, y tras el regreso de Steve Jobs en 1997 no volvió a cometer ese error.

Ya existían reproductores digitales de música cuando Apple lanzó el iPod, pero ninguno era como el iPod. Ya existían teléfonos táctiles cuando se lanzó el iPhone, pero ninguno era como el iPhone. Y el iPad, ¿cuántos habían fracasado antes intentando atraer a los consumidores hacia los tablets? Muchos dirán que es cosa del marketing, o de las hordas de seguidores de la manzana, o puede que incluso de las dos; pero eso sería como quedarse contemplando el marco cuando te encuentras delante de un cuadro.

La lección aprendida por Apple y que más compañías deberían asumir es que no se trata de lo que dices que podrás hacer, sino de lo que haces y cómo y cuándo lo haces. Ni tan siquiera importa si eres capaz de crear prototipos funcionales de tus ideas, tan solo si eres capaz de poner tu producto en la estantería de una tienda para que cualquiera se lo lleve a casa y lo utilice en el campo de pruebas que verdaderamente importa: el del uso diario en la vida real, donde no siempre te despiertas de buen humor, las calles tienen baches y tu oficina no parece un quirófano esterilizado.

El iPhone se ha convertido en el motor de Apple, pero el iPad tiene el potencial para llegar aún más lejos y redefinir lo que hasta ahora entendíamos como ordenador personal. ¿Mañana? Puede que reciban un nuevo miembro en la familia para afrontar junto a los Macs un papel aún más claro como ventanas a nuestra vida digital, sincronizada e inteligente.

Después, ¿quién sabe?, tal vez incluso se comuniquen con mi armario para ayudarme a escoger qué ropa ponerme, se integren a la perfección con mi coche o ajusten la temperatura de mi casa al llegar. En algunos casos, el futuro está a la vuelta de la esquina; en otros, ya es una realidad al alcance de cualquiera en la Apple Store más cercana.

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